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Chile: un superlunes de protestas sociales y represión marcaron la jornada

Humo y fuego, personas corriendo, policías atropellando civiles, vidrios rotos, barricadas. Con gases e hidrantes desde temprano, el despliegue de Carabineros logró vaciar la Plaza en la tercera movilización masiva de la sociedad, llamada “Súper Lunes”
MARTES 05 DE NOVIEMBRE DE 2019

Mientras estas líneas se escriben, Plaza Italia y sus alrededores, epicentro de las numerosas y esencialmente pacíficas protestas chilenas, es caos.. La versión oficial de los hechos la acaba de pronunciar el ministro del Interior, Gonzalo Blumel: el argumento para la represión es que hubo dos ataques con bombas molotov a la Policía.

A las 21. 30, el funcionario repudió “el cobarde ataque” a dos carabineras que se encuentran con lesiones de gravedad. “Llamamos a condenar la violencia, que no tiene nada que ver con el legítimo planteamiento de la ciudadanía. Ha sido un día complejo. Vamos a seguir investigando para sancionar estos hechos”. Dio cifras de detenidos en todo el conflicto (9 mil, 500 en prisión preventiva).

Una periodista le consultó por las patrullas que se vieron atropellando civiles, como circuló en un video subido a Twitter. En principio la evadió. Luego dijo que todos los hechos, incluso los que tuvieran “efectos en civiles” debían ser investigados. “El mensaje a la ciudadanía es que nos abramos al diálogo. Estamos haciendo un esfuerzo para escuchar humildemente todos sus planteamientos”, afirmó.

En cuestión de minutos, una manifestación pacífica que reunía a estudiantes, trabajadores de todos los sectores, jubilados, militantes y familias enteras se volvió un infierno.

Los gases se habían sentido desde temprano, ingresando por la Alameda, a una larga distancia de la Plaza Baquedano con su monumento parcialmente destruido en la revuelta, con su caballo a casi toda hora ocupado por alguien que flamea la bandera nacional o mapuche.

Por la tarde, mientras terminaba una ronda de organizaciones sindicales y sociales alrededor del Congreso para pedir a los legisladores que no abordaran la agenda social de Piñera, en Plaza Italia ya se veían hidrantes y explotaban las lacrimógenas. En ese entonces había poca gente.

Horas más tarde, varios manifestantes admitían sentir miedo cuando iban llegando con sus barbijos, sus máscaras, antiparras limones y agua con bicarbonato, pero a la vez con sus carteles, silbatos, cornetas, cualquier objeto metálico para golpear, pañuelos verdes y hasta sus danzas en plena calle, con un deseo encendido, profundo, al parecer inclaudicable, de que Chile cambie para siempre.

Por la tarde, la Asociación Nacional de Funcionarios Defensoras y Defensores de Derechos Humanos del Instituto Nacional de Derechos Humanos emitió un comunicado en el que solicitó la rectificación de declaraciones de su director, Sergio Micco. Ayer, Micco afirmó a un canal de televisión que la violación a los derechos humanos “no es sistemática” en Chile.

“Consideramos que demuestra un profundo desconocimiento de la normativa nacional e internacional sobre la materia. Algunos vivimos en comunas donde han ocurrido situaciones de represión”, afirma la Asociación.

El desgaste en cuerpos y rostros se hacía evidente. El pueblo --la parte de él que no ha sufrido lo peor-- acumula días marchando, debatiendo, sin dormir o durmiendo poco, con estrés, largas caminatas por el funcionamiento parcial del metro y adicción a un sistema de información que se teje por redes sociales.

Pero “no nos cansamos”, repetían los chilenos, que también coreaban: “Ya van a ver. Las balas que nos tiraron van a volver”. Lo que se veía esta tarde no era distinto a lo que se viene viendo en Chile hace ya más de dos semanas.

Un movimiento transversal, vivo, potente, rabioso, esperanzado, autoconvocado, sin líder, que no sólo no confía sino que repudia partidos políticos e instituciones. Que une al feminismo, la lucha mapuche, los estudiantes, los trabajadores, jubilados, los hombres de traje y que hasta movilizó a los ricos.

En él hay también profesionales que aportan sus saberes --como arquitectos que denunciaron con una instalación la precariedad de las viviendas sociales o geógrafos que elaboraron mapas de registro de los cabildos--.

 Los jóvenes que en la marcha decían que no les interesaba cuando volverá a haber clases en la Universidad de Chile –se encuentra cerrada-- o que flameaban banderas mapuches porque hay que “representar a las raíces” fueron los que prendieron la mecha.

“Violan a alguien y el Carabinero sigue libre. En cambio, un profesor puede quedar preso diez años por romper los torniquetes del metro”, contrastaba Mireya, 18 años, un limón en la mano, respecto del caso de Roberto Campos Weiss. El INDH acumula cifras de querellas por violencia sexual, de niños y adolescentes detenidos (en lo que va del conflicto 479), heridos, torturas.

“Cuando el año pasado participé de una masiva marcha feminista, creí que podía morirme, pero ahora puedo ver esto”, festejaba Isabel, de 70 años, antes del caos. Por su tendencia de izquierda debió exiliarse en la dictadura. Esta tarde ya percibía que algo andaba mal. “No sé por qué tenía miedo de venir. Creo que tiene que ver con el golpe, pues.”

No solamente los cabildos de los que participaron 10 mil ciudadanos arrojaron que la principal demanda chilena es una asamblea constituyente, con fuerte participación popular, que dé origen a una nueva constitución para desterrar a la de la dictadura, que les privatiza la vida.

Incluso una encuesta de CADEM, medición financiada por la derecha según uno de los manifestantes entrevistados, difundió que el 87 por ciento de los consultados se pronunciaron a favor de esos dos objetivos. ¿Hacia dónde va este Chile herido y despierto, ese que hasta hace poco parecía un oasis? Mejor que hable un chileno.

Un camarógrafo que se estaba manifestando, antes de dejar la Plaza, hizo su análisis: “El periodismo no rescata la belleza, la parte humana de todo esto. Esta wea’ está peluda. Estiremos esta wea (huevada)’. No va a parar. La gente está indignada. Esto lo encabezaron los jóvenes por sus abuelitos. Les daba lástima ver cómo mendigaban salud. Y también las mujeres, que son bravísimas. Estamos mal pero a la vez bien. Antes estábamos bien pero estábamos mal. Es una verdad incómoda, pero es nuestra verdad”, reflexionó. “Tal vez cualquier weón de la milicia se vuelva loco y pase armas para el otro lado. El neoliberalismo se va a caer. Que Chile sea el puntal de esa manera de vivir.” (María Yaccar/ Página12)

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