El decreto 372/2025, firmado por el presidente Javier Milei, oficializa el relanzamiento del Servicio Militar Voluntario, prometiendo modernizar la formación de soldados y fortalecer su inserción laboral. Aunque, detrás de la retórica de "modernización" se esconde una medida que corre el riesgo de repetir viejas recetas y desviar la atención de los verdaderos desafíos que enfrenta el país.
El argumento central del Gobierno es que este programa capacitará a jóvenes para misiones subsidiarias -como la asistencia en catástrofes- y les brindará herramientas para el mercado de trabajo. Sin embargo, la experiencia argentina con el servicio voluntario en las últimas décadas muestra que este tipo de iniciativas rara vez generan un impacto real en la empleabilidad de los jóvenes, y mucho menos en la profesionalización de las Fuerzas Armadas.
El nuevo decreto mantiene requisitos básicos, como haber finalizado la primaria, pero obliga a completar la secundaria durante el servicio. Esto suena más a un parche que a una política educativa estructural. Los problemas de deserción escolar en Argentina -que afectan a más de la mitad de los jóvenes de sectores populares- difícilmente se resolverán con un uniforme y un curso de admisión de 10 semanas.
Por otro lado, el decreto no aborda las carencias materiales y presupuestarias que aquejan a las Fuerzas Armadas desde hace décadas. En lugar de fortalecer la profesionalización con inversión sostenida en tecnología, salarios y condiciones de trabajo, el Gobierno parece más interesado en crear un relato de "defensa nacional" con medidas que apuntan más a lo simbólico que a lo estratégico.
Tampoco se discute el impacto social de militarizar -aunque sea voluntariamente- a jóvenes de sectores vulnerables que ven en el Ejército una salida ante la falta de oportunidades. En un país con desempleo juvenil persistente y un mercado laboral cada vez más precario, el Servicio Militar Voluntario puede convertirse en un parche que esconde, pero no resuelve, las causas estructurales de la exclusión.
En definitiva, el relanzamiento del Servicio Militar Voluntario bajo el gobierno de Milei luce más como una maniobra política para reforzar la imagen de "orden" y "disciplina" que como una política pública efectiva para transformar las Fuerzas Armadas y brindar oportunidades reales a la juventud.