La vida del que fue considerado “el mejor James Bond de todos los tiempos” comenzó en un humilde barrio de Edimburgo. Thomas Sean Connery fue el hijo primogénito de Joseph, algunas veces obrero, otras camionero y siempre católico y de Effie, una empleada de limpieza de religión protestante.
Connery, retirado desde hace años de la pantalla grande, deja tras de sí un legado ilustre de películas como "Robin y Marian" (Richard Lester, 1976), "Los intocables" (Brian De Palma, 1987) y "El hombre de la rosa" (Jean Jacques Annaud, 1986), así como sus grandes colaboraciones con el director Sidney Lumet.
Nació en el seno de una familia trabajadora. Dejó de ir al colegio con 13 años y consiguió un empleo de repartidor de leche. A los 16, ingresó en la Marina, con la intención de permanecer siete años de servicio, pero lo dejó con 19 años de edad. Después tuvo varios trabajos menores en obras o funerarias además de ser modelo en la Escuela de Bellas Artes de Edimburgo.En 1953 participó en la elección de Míster Universo en Londres, donde llamó la atención de un director teatral que le ofreció un papel en el musical South Pacific. Fue entonces cuando el actor decidió que su nombre artístico fuera Sean Connery.
A los 20, desempleado, pero con brazos fuertes, un amigo lo recomendó como tramoyista en el King’s Theatre. Entre bastidores descubrió que ese mundo era su mundo. Por eso, cuando dos años después le ofrecieron trabajar de extra en la obra Sixty Glorious Years dijo “sí”. Entonces abandonó el Tommy para convertirse en Sean Connery.
Ya como Sean figuró como parte del coro en la comedia musical Al Sur del Pacífico. A los 27 le llegó su primera gran oportunidad. El director de la BBC, Alvin Rakof buscaba el protagonista masculino de Requiem por un peso medio, cuando una actriz le sugirió contratarlo porque “a las mujeres les gustará”.
Su nombre y su indiscutible pinta comenzaron a ser conocidas. Trabajó en La frontera del amor de Terence Young y en Brumas de inquietud con Lana Turner. Mientras alternaba sus apariciones en cine con interpretaciones en la televisión inglesa y obras de teatro, en las librerías causaban furor las novelas escritas por Ian Fleming y protagonizadas por un agente secreto inglés cuyo nombre era Bond… James Bond.
El personaje de 007 era tan atractivo que a dos productores se les ocurrió llevarlo a la pantalla grande. Encontrar al actor indicado no era tarea fácil. Debía ser capaz de parecer sofisticado, vestir impecable, seducir a cuanta muchacha se le cruzara y matar villanos con la misma distinción que bebía un Dry Martini.
Cubby Broccoli y Harry Saltzman, los productores pensaron en Cary Grant pero un millón de razones –en este caso de dólares- los hicieron abandonar la idea. Barajaron otros 200 nombres, entre los que estaban Richard Burton, James Mason y Peter Finch y sin estar convencidos convocaron a Connery. El día que desde la ventana de su oficina, lo vieron llegar “caminando como una pantera”, el papel fue suyo sin necesidad de prueba de cámara. Eso sí, tuvieron que pasar varias semanas enseñándole a comportarse, andar, hablar e incluso a comer como un caballero inglés y no como un guerrero escocés.
Connery inauguró la serie de James Bond con 007 contra el Dr. No en 1962 junto a Ursula Andress. Fleming, que en un principio no lo quería por su acento quedó tan maravillado que introdujo en la saga un padre oriundo de Escocia como reconocimiento. El actor escocés se puso en la piel del espía británico en siete ocasiones hasta que le sustituyó Roger Moore.