El edificio “MERCOSUR” ubicado en Montevideo será, dentro de una semana, sede de la segunda reunión cumbre del año y servirá para traspasar la presidencia pro temporede Uruguay a Argentina.
En un reciente video institucional, el canciller paraguayo Rubén Ramírez, anticipó que entre los principales temas agendados se encuentran la evaluación de mecanismos de integración fronteriza para un control coordinado, el fortalecimiento de los sistemas de conectividad, la solicitud de Panamá para ingresar como “Estado Asociado” y la consideración de un eventual acuerdo comercial con la EFTA, región integrada por Islandia, Liechtenstein, Noruega y Suiza. Esta última posibilidad cobró fuerza a partir de las grandes dilaciones que vienen caracterizando los intentos por alcanzar un acuerdo definitivo con la Unión Europea.
Sin embargo, distintos condicionantes de orden político previos a la cumbre, configuran un ambiente de intercambio de posturas para el cual conviene advertir muy cautas expectativas sobre el documento final que producirá el encuentro a desarrollarse en Montevideo. En ese sentido, no se vislumbran avances significativos en torno a los ejes temáticos trazados, especialmente si se revisa lo expresado por Javier Milei durante su campaña presidencial, cuando lanzó su deseo de “eliminar el MERCOSUR porque es una unión aduanera defectuosa que perjudica a los argentinos de bien”.
Con la misma lógica disruptiva, el presidente argentino pegó el faltazo a la última cumbre del bloque regional realizada en Asunción, algo que le valió la crítica de su par uruguayo Luis Lacalle Pou, quien en julio pasado planteó que “acá deberíamos estar todos los presidentes”.
Otra señal de enfriamiento de las vinculaciones intra–bloque vino dada por la inexpresiva foto que se tomaron Lula da Silva y Javier Milei en el G20celebrado en Río de Janeiro, sin que la mera formalidad haya significado algún tipo de acercamiento entre los líderes sudamericanos, ubicados en los extremos del espectro ideológico.
En contraste, el actual presidente de Uruguay invitó para la próxima cumbre a su rival político y ya electo como su sucesor, Yamandú Orsi, proponiendo un gesto de institucionalidad, en medio de un proyecto de regionalismo que se ve afectado por demasiados traspasos a las relaciones inter–estatales de las diferencias personales entre presidentes de distintos períodos, lo que termina conspirando contra la lógica multilateral que debería encauzar el cometido mercosuriano.